sábado, 7 de marzo de 2009

ENERGÍA ¿Cuál prefiere? Por qué América Latina podría convertirse en líder mundial en eficiencia energética


Por Paul Constance

Imagine qué ocurriría si la ciencia descubriera una nueva fuente de energía capaz de satisfacer el 20 por ciento de la demanda global de electricidad a un costo prácticamente nulo y sin impacto medioambiental alguno.

Semejante descubrimiento liberaría miles de millones de dólares al año en gastos de energía, permitiendo que gobiernos, empresas y ciudadanos atiendan a otras prioridades. También reduciría drásticamente la cantidad de combustibles fósiles utilizados para generar electricidad.

De hecho, esa nueva fuente de energía ya se desarrolló en Brasil hace siete años. Y no tiene nada que ver con el etanol. En 2001, Brasil sufrió una grave sequía que afectó seriamente al funcionamiento del sistema hidroeléctrico que generaba el 87 por ciento del consumo nacional de electricidad. Para evitar apagones masivos, el gobierno lanzó un innovador plan de eficiencia energética que ofrecía una combinación de incentivos y multas para reducir el consumo.

Los resultados superaron todas las expectativas. En poco más de un mes, Brasil redujo su consumo de electricidad en un asombroso 20 por ciento, según estudios efectuados por la Agencia Internacional de Energía en París y otras entidades. Dichas reducciones eran muy superiores a lo que varios países industrializados han logrado cuando se han visto obligados a bajar el consumo durante una crisis (ver cuadro a la derecha). Y los ahorros se produjeron sin graves alteraciones en la economía nacional.

Una sorpresa aún mayor aguardaba al gobierno brasileño cuando la sequía finalizó en 2002 y las autoridades retiraron las multas e incentivos. Contra todos los pronósticos, el consumo de electricidad no regresó a los niveles anteriores a la sequía. De hecho, pasaron cuatro años hasta que Brasil volvió a los niveles de consumo anteriores al 2001.

Carvalho: “La gente descusbrió que podía vivir cómodamente con menos consumo de electricidad, y decidió seguir ahorrando”.

“La gente descubrió que podía vivir cómodamente con menos consumo de electricidad, y decidió seguir ahorrando”, según Arnaldo Vieira de Carvalho, experto en energía renovable del BID. Esencialmente, Brasil demostró que los cambios voluntarios de comportamiento, en combinación con inversiones modestas en equipos y tecnologías de consumo eficiente, pueden generar enormes ahorros sin afectar al bienestar o al crecimiento económico. (Ver artículo relacionado, “Comenzar con las luces”).

Le guste o no. Resulta irónico que, mientras la industria de etanol brasileña acapara la atención mundial, los logros brasileños en conservación energética son prácticamente desconocidos.

La explicación, en parte, es que la eficiencia energética siempre ha tenido un problema de imagen. Los votantes asocian los programas de eficiencia energética con interrupciones y racionamiento, de manera que los políticos prefieren evitar el tema. En los debates públicos, se suele descartar la eficiencia como una respuesta tímida a un problema que requiere soluciones drásticas. Ante la opción de construir una nueva planta de electricidad o promover la reducción del consumo de energía, las autoridades casi siempre se inclinan por la primera opción, sin importar cual de las dos es más efectiva.

Pero todo esto puede estar a punto de cambiar.

Con el precio del barril de petróleo a más de 100 dólares, la creciente escasez de gas natural, y una nueva oleada de sequías que amenazan la producción hidroeléctrica, varios países de América Latina enfrentan de nuevo la posibilidad de escasez de energía. Brasil, Chile y Argentina enfrentan una situación particularmente grave ante la necesidad de compartir limitados recursos de gas natural durante el próximo invierno.

Y mientras que las crisis anteriores fueron atribuidas a causas coyunturales, muchos analistas hoy advierten que la escasez de energía va a ser un problema a largo plazo. Dos razones fundamentales: la demanda que exige el crecimiento económico sostenido de las economías emergentes y la dificultad para obtener nuevas fuentes de combustibles fósiles.

Los países de América Latina y el Caribe son un buen ejemplo de ambas tendencias. La demanda de energía ha estado creciendo a un ritmo récord en los últimos cinco años. En Chile, por ejemplo, aumentó un 7 por ciento tan solo en 2007.

Sin embargo, a excepción de Brasil que descubrió recientemente importantes depósitos en sus costas, la producción de petróleo y gas de la región se encuentra estancada o en descenso. La inversión actual en exploración y nuevas infraestructuras para combustibles fósiles es muy inferior a lo requerido para atender la demanda prevista, según la mayoría de los analistas. A pesar de que la región posee un potencial considerable en hidroelectricidad todavía por explotar, las presas son caras, su construcción demora años, y suelen generar fuerte oposición por parte de grupos ambientalistas. Otras fuentes de energía renovable, como los biocombustibles, la energía eólica o la solar, siguen creciendo pero cubren sólo una pequeña proporción del total de las necesidades energéticas de la región.

Entretanto, los altos costos en energía están debilitando las economías de la región, en especial las de países que beben importar casi toda su energía. En Centroamérica, por ejemplo, la factura por petróleo importado se duplicó entre 1998 y 2004, como porcentaje del PIB regional. No hay industria o servicio que se salve del impacto. Los servicios públicos de agua y saneamiento en Nicaragua, por ejemplo, sufren las consecuencias de los altos costos de electricidad para activar sus bombas (Ver artículo adjunto “Calmando la sed de electricidad”). En todas partes, los precios de los alimentos se encarecen a causa de un mayor coste energético del transporte, los fertilizantes y el procesamiento.

Más allá de las emergencias. Todos estos factores están forzando a los gobiernos de la región a tomar en consideración medidas de emergencia y soluciones de largo alcance para reducir la demanda energética.

La buena noticia, como Brasil ya descubrió, es que este tipo de medidas puede generar beneficios muy superiores a lo anticipado. El año pasado el McKinsey Global Institute, un centro de investigación privado, publicó un estudio emblemático titulado “Disminuyendo el crecimiento de la demanda de energía: La oportunidad global de la productividad energética”. El informe ofreció una conclusión sencilla y sorprendente. Sus autores calcularon que el crecimiento de la demanda de energía puede reducirse por la mitad sin afectar el crecimiento económico, simplemente aumentando la “productividad energética” con medidas coordinadas de conservación energética, incluyendo la adopción de la tecnologías disponibles.

Esta conclusión tiene enormes implicaciones para América Latina. En México, por ejemplo, la demanda de electricidad aumentará a un ritmo anual estimado de 5,6 por ciento entre el presente y el 2013, mucho más rápido que el crecimiento económico estimado. El BID calcula que solamente para cubrir esa demanda México debe invertir 5.500 millones de dólares al año para ampliar la capacidad de generación de electricidad. Si México adoptara las recomendaciones del estudio McKinsey, podría ahorrar más de 2.000 millones de dólares al año en inversiones para nuevas capacidades.

Las autoridades mexicanas comprendieron esta realidad hace ya varios años. En 1989, el gobierno creó la Comisión Nacional para el Ahorro de Energía (CONAE) y un año más tarde estableció el Fideicomiso para el Ahorro de Energía Eléctrica (FIDE) para introducir programas en sectores específicos como iluminación y maquinaria industrial.

En 1997, el BID aprobó un préstamo de 23 millones de dólares para ayudar a FIDE a implementar un programa pionero en mejora de la eficiencia energética de los sectores industrial y comercial. El programa utilizaba un sistema de descuentos para estimular a los comerciantes de motores eléctricos, compresores y bombillas de alumbrado a promover modelos eficientes, y financió una serie de medidas regulatorias como el desarrollo de estándares eficientes y de etiquetado de productos para dichos equipos. Aunque se trataba simplemente de un proyecto piloto, el programa generó resultados impresionantes: durante los primeros seis años de operaciones, se ahorraron aproximadamente 5.274 gigavatios hora de electricidad, energía suficiente para abastecer la electricidad de 2 hogares a lo largo de un año.

Brasil y Chile tienen también programas de conservación de energía sólidamente implantados y con un historial positivo. Ahora, países como Argentina y Uruguay están acelerando programas para implantar el uso de bombillas fluorescentes compactas y otras tecnologías de ahorro energético.

“Las alternativas están muy claras”, asegura el especialista del BID Vieira de Carvalho. “Se pueden invertir muchos recursos intentando aumentar el abastecimiento de energía para evitar los apagones, o se puede invertir muy poco y obtener los mismos resultados con mayor eficiencia”.

Brasil ya ha demostrado que un país en vías de desarrollo puede utilizar medidas de conservación sofisticadas para evitar una crisis energética. Ahora la cuestión es si la región está dispuesta a implantar medidas similares para obtener seguridad energética de largo plazo.

Hoy la Iniciativa de Energía Sostenible y Cambio Climático del BID está financiando programas de eficiencia en varios países.

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